10 cosas que aprendí siendo recepcionista en el extranjero

Llegamos al hotel, después de unas cuantas horas de viaje y lo que queremos es que nos den la llave de nuestra habitación lo antes posible y sin complicaciones. A veces hay algún problema, otras veces el recepcionista parece no enterarse o, en cambio, nos encanta cómo nos han tratado, pero… ¿Sabes cómo se vive el estar al otro lado del mostrador? Yo estuve tres meses en la recepción de un hotel de cuatro estrellas de Praga y no fueron pocas las cosas que aprendí. Aquí te las traigo, seguro que a partir de ahora ya no verás a los recepcionistas con los mismos ojos:

1. Es un trabajo agotador

Sí, nosotros estamos cansados después de un largo viaje, pero no sabes las horas que lleva el recepcionista trabajando. En mi caso, mis turnos eran de 12 horas y, quitando la media hora de descanso, estaba todo el rato de pie. Por eso es posible que el recepcionista tenga algún fallo que parece tonto, pero te aseguro que el cansancio, aunque lo disimulen muy bien, afecta mucho.

Estatuas en Praga

Cuando tenía un turno de noche, del que salía a las 7 de la mañana, y venía un cliente 5 minutos antes para hacer el check-out, pidiendo facturas, pagos divididos… os aseguro que los números en el ordenador me bailaban. Y que un sólo error en cualquier transacción nos desmorona el trabajo de todo el día, así que los recepcionistas son los primeros interesados en que todo salga bien.

 

2. Una sonrisa vale mucho

Aunque parezca que es un gesto muy simple, a mí me alegraba el día que los clientes se dirigieran a mí con una sonrisa y amabilidad. Los recepcionistas están obligados a estar sonriendo durante toda su jornada, aunque les griten, les pongan mil pegas o tengan un día horroroso.

Que el cliente te conteste con la misma amabilidad con la que tu le tratas es muy gratificante y ayuda a llevar mejor la jornada (sí, yo también me he cruzado con algún recepcionista borde, pero no debería ser así).

Museo del Juguete de Praga
 

3. Sé que me estás mirando

Esto me hace mucha gracia porque yo como cliente lo he hecho muchas veces de forma inconsciente. Cuando llegaba un huésped y yo me ponía a, por ejemplo, teclear en el ordenador, o llamar por teléfono para pedirle un taxi, durante todo ese rato muchos clientes te miran fijamente.

Aunque da la sensación de que el recepcionista está a la suya y no se da cuenta, os aseguro que se nota: sientes una mirada clavada en tu cara mientras haces el trabajo. A mí no me molestaba para nada, incluso me hacía gracia, pero me da vergüenza pensar en todas las veces que lo hago yo sin darme cuenta.

Museo de Cera de Praga
 

4. Los idiomas no lo son todo

Dos personas se pueden entender a la perfección aunque no hablen el mismo idioma. Sólo hace falta un poco de paciencia y tener la mente abierta. En múltiples ocasiones traté con asiáticos o rusos que no sabían ni  tres palabras en inglés  y no pasaba nada, mediante señas, hablando lentamente o incluso utilizando el traductor de Google, todos nos acabamos entendiendo sin problemas.

Una vez traté con unos turistas italianos, ellos hablándome en italiano y yo en español (poniendo acento italiano, no lo podía evitar). Está claro que son dos idiomas muy parecidos y eso nos facilitó mucho la comunicación.

Incluso al cabo de unas semanas era capaz de entender por encima de lo que estaban hablando en checo tan sólo por la forma de expresarse y cuatro palabras sueltas (porque ni de lejos llegué a aprender a hablar en ese idioma).

 

5. Dos no se entienden si uno no quiere

Por el contrario, durante lo tres meses sólo tuve problema con dos clientes y estoy segura que fue por la poca predisposición a entenderse. Ambas veces eran personas de Reino Unido, de zonas muy concretas con un acento muy pronunciado.

Con todos los clientes me comuniqué en inglés perfectamente y, si en algo no nos entendíamos, lo aclarábamos rápidamente. Sin embargo, en estos dos casos no fui capaz de entenderlos: hablaban rápido, sin paciencia y sin intención de ayudarme a comprenderlos, y tuve que dejar la gestión en mis compañeros, que ya estaban mucho más experimentados y no se les resistía ningún acento.

Freud colgado en Praga
 

6. Las nacionalidades se ven de lejos

Antes de trabajar en el hotel, para mí todos los asiáticos eran chinos, no los sabía diferenciar. Sin embargo, después de pasar por recepción, en cuanto cruzaban la puerta, por la forma de vestir, comunicarse, moverse… sabía perfectamente si se trataban de turistas coreanos, japoneses, chinos, filipinos…

De igual modo me pasó con los alemanes, los británicos y un sin fin de nacionalidades más. Por eso, no os sorprendáis si nada más llegar a un hotel el recepcionista tiene muy claro de dónde sois. Ven pasar a cientos de personas de todo el mundo cada día, al final es fácil identificar a cada persona. Aunque cada uno es diferente, hay patrones culturales que mostramos sin darnos cuenta.

Turistas en Praga

Y sí, por supuesto, a los españoles se nos identifica enseguida. Aunque está mal generalizar, está claro que hablamos bastante fuerte y llevamos nuestra picaresca allá donde viajamos. Además, es muy fácil identificarnos al hablar inglés por nuestro acento característico (antes me sorprendía cuando, por ejemplo, en Londres, un español me reconocía con tan sólo decir hello. Ahora les comprendo perfectamente).

 

7. De las culturas se aprende

Esto es algo que ya tenía claro antes, pero tras pasar por recepción lo reafirmé. Es genial tratar con personas de culturas tan diversas como puede ser la india, la sudafricana y la belga en un mismo día. Te das cuenta de que todas ellas tienen sus cosas buenas y sus puntos no tan buenos, pero que ninguna es mejor que la otra, simplemente diferentes.

Puente de Carlos, Praga
 

8. Viajeros de negocios y turistas

Antes no era consciente de lo diferente que viajan las personas cuando lo hacen por negocio y cuando lo hacen por placer. Incluso en la actitud a la hora de dirigirse a los recepcionistas son muy diferentes.

Los viajeros de negocio son, por lo general, más exigentes con el servicio, ya que ellos están trabajando y quieren descansar lo mejor posible. Por eso mismo, también prefieren que los atiendan lo más rápido que puedas y que no les molestes.

En cambio, a una buena parte de los turistas les gusta que les dediques tu tiempo para explicarles todo tranquilamente. Incluso muchos se interesan por ti. A mí, al ser una española en un hotel checo me preguntaban mucho qué hacía allí, si me gustaba vivir en ese país, si era difícil el idioma… Y está bien compartir un ratito con viajeros simpáticos.

Reloj Astronomico de Praga
 

9. No es fácil viajar sin saber inglés

Aunque mejor o peor, desde la primera vez que viajé yo ya hablaba inglés y por lo tanto en todos los sitios en los que he estado he podido comunicarme sin problemas. Sin embargo, vi cómo personas de Latinoamérica o España que no sabían hablar inglés sufrían porque se veían desprotegidos, incomunicados.

Por eso mismo, estas personas en cuanto descubrían que yo era española se alegraban un montón, a algunos hasta les cambiaba la cara y soltaban un suspiro de alivio. Para mí era un placer poder ayudarles en todo lo que podía y a veces no podía evitar darles más consejos o trucos que a otros turistas.

Con esto no quiero decir que no haya que viajar si no se sabe inglés o que no se vaya a disfrutar, sino que está claro que para muchos turistas, sobre todo personas mayores,  esto les supone una barrera.

EstatuaenPraga
 

10. El valor de una propina

Lo que para ti es una moneda de poco valor, puede alegrarle el día a un recepcionista. En el hotel en el que yo estuve, se juntaban la propinas de todo el día (si las había) y se repartían de igual modo entre todos los recepcionistas de ese turno. Para mí, el salir del hotel con 50 coronas extra (unos 2€) me suponía disfrutar de dos cervezas con algún amigo. Sí, es poco, pero sientes que tu trabajo ha sido valorado por el cliente y que lo estás haciendo bien.

¿Eras consciente de todos estos aspectos sobre los recepcionistas? ¿O te ha sorprendido alguno de los puntos que he comentado?

 

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6 comentarios

Eva 05/02/2018 - 3:15 pm

Se me ha escapado más de una sonrisa leyendo este artículo porque al igual que tu, hace algunos años también trabajé en la recepción de un hotel. Sinsabores a veces pero buenos recuerdos siempre. No podría describirlo mejor. Gracias por llevarme de viaje en el tiempo. Un abrazo

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Eva 05/02/2018 - 3:47 pm

Me alegro de que te haya hecho viajar en el tiempo. Coincido contigo, tiene sus ratos malos, pero se aprende mucho y al final es una experiencia positiva.

¡Saludos!
Eva

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DinkyViajeros 05/02/2018 - 7:10 pm

Dicen que quien no ha trabajado nunca de cara al público no sabe lo duro que es. Y es cierto. En nuestro caso, hemos trabajado durante un tiempo en un rent a car (Alicia) y en un hotel (Víctor) en Reino Unido, y ambos coincidimos contigo en lo de «adivinar nacionalidades» y en lo mucho que se valora una sonrisa (y una propina) cuando pasas tantas horas trabajando…

Nos ha gustado mucho el post. Y nos ha traído muchos recuerdos. 😉

Saludos.

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Eva 06/02/2018 - 8:49 am

Me alegro mucho de que os haya traído buenos recuerdos. Es verdad, trabajar cara al público es una experiencia única, sin duda gratificante.

¡Un saludo!
Eva

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Dónde vamos Eva? 10/02/2018 - 10:15 am

Me ha encantado la frescura del post, sobre todo generas empatía algo muy olvidado en nuestros tiempos a la hora de viajar.

He trabajado muchos años de cara al público y suscribo mucho de lo que dices, jajaj, me ha encantado lo de «la mirada fija» es algo inevitable.

El toque de atención nos servirá para empatizar más con los recepcionistas 🙂
Un saludo viajero,
Eva y Carmelo

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Eva 12/02/2018 - 11:12 am

Me alegro mucho de que ye hasta gustado el pos, todos los que hemos trabajado cara al público hemos vivido situaciones muy concretas.

¡Un saludo!
Eva

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