Soy de las que piensan que viajar te aporta mucho más de lo que ves: te hace aprender un montón de cosas de las que no eres consciente si no vas a ese destino, si no sales de tu zona de confort. Por eso, para mí cada viaje resulta un nuevo aprendizaje, es una experiencia riquísima. Todo esto es lo que he aprendido en cada viaje que he hecho durante el 2018:
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Oporto y coímbra
¿Por qué no he venido antes aquí? Eso es lo que no paraba de preguntarme durante mi viaje a Portugal. Era la primera vez que iba al país vecino y descubría toda su belleza. Por eso confirmé que no hace falta viajar muy lejos para ver auténticas maravillas. También aprendí que lo viejo, lo decadente y lo descuidado también puede ser bello. Muestra de ella son las calles de Oporto y los muros de Coímbra.
Coímbra también me mostró que una ciudad puede ser bonita sin llegar a tener grandes edificios. Sí, en Coímbra está su gran universidad y otros lugares de gran interés, pero no es una ciudad tan espectacular como puede ser Oporto. Sin embargo, sus tradiciones, su ambiente joven y universitario, su modo de vida, eso es lo que a mi modo de ver la hacen más impresionante.
Galicia
Galicia es una comunidad que tenía muchas ganas de pisar. Una de las zonas que más esperaba visitar era la Costa da Morte, donde evidencié que jamás hay que perderle el respeto al mar, que la naturaleza es mucho más fuerte y poderosa que nosotros, nunca tenemos que subestimarla.
Degusté los vinos de la zona y aprendí a diferenciar un Ribeiro de un Albariño, confirmando que a mí me gustan más los Ribeiro. Me frustré siendo consciente que, dure lo que dure un viaje, nunca es suficiente para conocer un sitio en su totalidad. Pero que gracias a eso, siempre tendremos una excusa para volver.
También aprendí que la fe mueve montañas, y si no que se lo digan a los miles de peregrinos que recorren cientos de kilómetros a pie para llegar a Santiago de Compostela. No tiene por qué ser una fe religiosa, sólo se necesitan muchas ganas y tener pasión por algo, lo demás importará mucho menos.
marruecos
En Marruecos aprendí tantísimo… Lo primero que me sorprendió fue la gran diferencia de culturas y paisajes que hay entre España y este país teniendo en cuenta que tan sólo nos separan 14 km de mar. Pero también comprobé que en lo esencial no somos tan diferentes.
Aquí comprendí que jamás se puede generalizar. Que para mí Marruecos era un país musulmán donde todos seguían las mismas costumbres. Qué equivocada estaba. Vi como en pueblos separados por apenas kilómetros las formas de vestir eran completamente distintas. Me sorprendí con la historia de los bereberes y con su propio idioma y forma de escritura. Que hay personas muy hospitalarias en cualquier lugar, al igual que hay gente ruin y que se quiere aprovechar de los demás, vayas donde vayas.
Asimismo, asimilé lo que realmente era un desierto, tan distinto a lo que nos muestran en las películas. Experimenté algo tan sencillo como que en mitad de sus dunas no huele a absolutamente nada, que el silencio absoluto existe. Que los oasis son lugares impresionantes y preciosos, que Marruecos es una tierra de contrastes.
Aprendí a ser relativa y no juzgar todo con la misma vara de medir. Que para mí un burro es un animal precioso al que sólo le daría cariño, pero para otros puede ser su único medio para ganarse la vida, transportarse y cuidar el campo.
De la gente con la que traté me sorprendió la cantidad de idiomas que son capaces de hablar las personas con tanta facilidad, sin necesidad de pasar por una universidad o una escuela de idiomas. Y el interés que tenían por conocer tus expresiones, tu lengua y tus costumbres.
En los estudios de cine Atlas Studios vi la magia del cine, como somos engañados con juegos de cámaras, con luces y sombras, con decorados de papel y cartón. Pero también lo bonito que es crear todo un mundo ficticio alrededor de una serie o una película.
paris
Mi vuelta a París me hizo recordar que hay ciudades de las que simplemente te enamoras. Que no siempre hay que huir de lo turístico, al fin y al cabo, todos somos turistas aunque a veces nos cueste reconocerlo. Que no siempre podemos permitirnos todo lo que queremos.
Además, aprendí que en las ciudades tan grandes hay sitio para todos, sea cual sea tu estilo, que quizás en ellas es más fácil ser uno mismo sin ser juzgado.
madrid
Por último, en Madrid constaté que vayas las veces que vayas a un lugar, siempre tendrás algo nuevo que ver. Que en Navidad la ciudad es todo un hormiguero y prefiero la capital en otra época del año. Que en las grandes ciudades también existen barrios pequeños, en los que se conocen todos.
Estos han sido la mayoría de mis escapadas, aunque no todas: Cáceres, Murcia, C. Valenciana… Para algunos pueden parecer pocos viajes, para otros muchos. Yo no puedo estar más contenta, cada oportunidad de viajar la recibo con los brazos abiertos. Aunque solo pueda hacer uno, lo disfruto tanto que merece la pena esperar el siguiente. Y como digo, en cada viaje se puede aprender algo nuevo. La enseñanza que a mí me acompaña en cada uno de ellos es simple: no somos superiores o inferiores a nadie, solo diferentes. ¡A por un 2019 lleno de viajes!
1 comentarios
Coincido totalmente con lo de Portugal. ¿Por qué no estuvimos antes? Qué gran año viajero, Eva. Espero que el 2019 sea mínimo como éste.
Un abrazo.